viernes, 17 de enero de 2014

Alguien voló sobre el nido del cuco II

Casa junto a la vía del tren, de Edward Hopper

Me atrevería a decir que las navidades son un tiempo difícil para todos, porque ¿hay alguien que se sienta todo lo feliz que hay que sentirse en esos días? ¿Alguien a quien no le falte nadie a la mesa? ¿Si? ¿Quizás un 1% de la población?

Las navidades que recuerdo ahora fueron especialmente tristes. El 29 de diciembre de ese año llevamos a J a un centro siquiátrico. Tenía solo 18 años. Su sicólogo nos había recomendado un tiempo de descanso porque estaba especialmente alterado, hasta a J le pareció buena idea quitarse de la circulación y descansar un poco.

El centro era una especie de casona-caserío rodeado de verde y situado en la mitad de un monte, un sitio precioso y tranquilo en el que era el paisaje interior el que te ponía los pelos de punta. Cuando cruzamos el vestíbulo varias personas deambulaban con la mirada perdida, un hombre insultaba a voz en grito a las auxiliares y una mujer dormitaba con la cabeza apoyada en un radiador. Sin duda el panorama era peor que mis recuerdos de "Alguien voló sobre el nido del cuco".

Allí dejamos a J, 18 años, y allí se quedó mi interior con él. Me sentí vacía, perdida, ausente, de repente no quería estar con nadie, no quería hablar de ello ni que me consolaran, solo quería estar sola por ver si mi interior se iba cargando, por ver si podía recomponer los fragmentos de mi alma.

Cuando tienes un hijo que requiere tanto cuidado, cuando te preocupas tanto por él no es fácil de repente asumir que le cuidan otros, que tú no vas a saber lo que le pasa. Las normas del centro eran estrictas: en una semana no podíamos ni verle ni llamarle, pero ¿cómo podía yo estar una semana sin saber de él, encerrado en aquel sitio? Llamé al día siguiente deshaciéndome en disculpas y pregunté si me podían decir qué tal estaba, me dijeron que estaba bien y que había dormido bien. Era el día 30 de diciembre, no sé si le dí pena al siquiatra pero me dijo que para Nochevieja era muy pronto, pero que para Reyes seguramente le daría permiso para salir. Obvia decir lo contenta que me puse.

J era el más joven de todos los pacientes del centro pero enseguida congenio con una chica de 22 años con la que se ennovió y que terminó siendo su ilusión de cada día mientras estuvo ingresado.

El instinto de supervivencia de mi hijo siempre ha estado muy desarrollado, probablemente más que el de su madre.


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