viernes, 2 de mayo de 2014

Virgencita, que me quede como estoy

The Amateurs, de George Luks


Desde hace 5 semanas mi hijo tiene novia y está enamorado, según él, por primera vez. El caso es que pasa en casa de ella los fines de semana. No se me ocurre ningún escenario en el que yo dejara a mi hija dormir con su novio en MI casa con 20 años. Pregunto a mi hijo a ver cómo es que los padres de ella lo permiten y J dice que "la ven más feliz" y que sus padres "están encantados con él". Alucina vecina. Por supuesto, duermen juntos, Virgencita que me quede como estoy y no me convierta en abuela. Le he comprado preservativos, pero no me parece a mí que le hayan hecho mucha ilusión. La chavala es maja, a simple vista me parece más madura que mi hijo, aunque las chicas casi siempre lo parecen. Cruzo los dedos para que sigan juntos una temporadita (y sin descendencia) porque J está muy flasheado con ella.

martes, 15 de abril de 2014

La historia se repite

Portrait d'Amélie-Justine et de Charles-Edouard Pontois, de Adèle Romany

Querido X:

Por primera vez, después de tantas horas de no saber nada de J, no me he puesto a llamar a sus amigos desesperada, ni he pensado en ir a Urgencias, aunque no he podido evitar imaginármelo tirado en una cuneta. Esto es lo que hay, me he dicho a mí misma, no puedes controlar más, no tienes superpoderes aunque tú creas que sí.

Si J se empeña en saltar sin red, yo no puedo hacer nada. Y esta vez me ha ido relativamente bien, no te puedo garantizar cómo será en lo sucesivo, a lo mejor me desespero de angustia, pero ya es hora de que vaya aprendiendo, de que suelte amarras.

Ojalá no le pase nada, ojalá pasen deprisa estos años tan difíciles sin que haga o le suceda algo importante, porque yo ya solo puedo cruzar los dedos, ya no puedo mantenerle cerca y a salvo como cuando era pequeño. Así de duro y así de claro.

Sigue con salud.

jueves, 10 de abril de 2014

Ahora me ves, ahora no me ves

The Black Brook, de John Singer Sargent


Querido X:

No sé qué haría si no pudiera contarte estas historias. Las pongo en palabras y a veces, sí, solo a veces, me las quito de encima, se quedan en esta pantalla como un reflejo que no es mi vida, el relato de unas historias que le pasan a alguien que no soy yo, y más tarde, cuando las releo, me parece que ni siquiera son para tanto.

El caso es que ahora las cosas con J están mal, francamente mal. Está chulo, desabrido y borde. La semana pasada se marchó una noche con una chavala de 16 años. A las 7 de la mañana apareció el padre de esta chica en casa. Imagínate la escena, yo medio dormida, arrebujada en mi bata, escuchando a este pobre hombre que me decía que su hija estaba con mi hijo, que estaba enferma (tiene un tumor benigno en la cabeza), que tenía que tomar una medicación y que dónde podían estar. J había faltado de casa en otras ocasiones y yo no estaba demasiado preocupada, pero este hombre y su mujer estaban muy alarmados. Me pongo en su piel imaginando que J fuera una chica. Ellos fueron a la Ertzaintza y denunciaron la desaparición de los dos.

Los angelitos pasaron esa noche y el día y la noche siguientes desaparecidos. Se quedaron a dormir en casa de "amigos" y los días los pasaron dando tumbos por ahí. Los encontraron el novio de la chica (tenía novio, sí) y otro amigo. Tanto la chica como J se habían teñido el pelo y las cejas de color naranja para que no los reconocieran (si no fuera por el disgusto, tendría su gracia la historia), estaban cansados y querían casa. Al parecer, la instigadora fue la chica que se llevaba mal con su pobre madre y quiso echarle un pulso. ¡Y tendrías que ver a la chiquitina la cara de buena persona que tiene! J vino chulo, se metió en su cuarto y no pensaba ni darme una explicación hasta que irrumpí detrás de él y le dije a ver qué pensaba de la vida.

A trabajar ha estado faltando mucho, justo la víspera de su desaparición había estado yo pidiéndoles que no le despidiesen porque es requisito imprescindible que tenga una actividad diaria para que le den plaza en un piso tutelado. Me dijeron que vale, que por mí y por que consiguiera ese recurso intentarían aguantarle, pero que no lo ponía fácil. He impuesto unas condiciones draconianas de convivencia porque toda mi vida está supeditada a él y a sus horarios. ¿Que qué tal me va? Bueno, por lo menos controlo un poco más mi propio ritmo de vida. Y sí, algún día se ha quedado en la calle y se ha dado cuenta de que la cosa va en serio.

Sigue con salud.


lunes, 31 de marzo de 2014

Era el cerebro, no la mente, y II

Someday, Some Morning, Sometime; de Paula Rubino

"...Cuando obtuvimos una imagen de su cerebro por resonancia magnética, encontramos, como era de esperar, lesiones cerebrales comparables a las de pacientes adultos con lesiones prefrontales. Habíamos estudiado pacientes similares, todos los cuales mostraron la misma relación entre comportamiento social anómalo y lesiones prefrontales. Nuestro equipo está desarrollando programas de rehabilitación para este tipo de pacientes.

No estamos sugiriendo que todo adolescente con un comportamiento similar tenga una lesión cerebral no diagnosticada. Sin embargo, es probable que muchas personas con conducta similar sin que ésta sea debida a la misma causa, tengan un funcionamiento anómalo del sistema cerebral parecido al que ha sufrido lesión. El funcionamiento anómalo puede ser debido a un defecto en la operación de los circuitos neuronales a nivel microscópico. Un defecto tal puede tener varias causas, desde la emisión anómala de señales químicas sobre una base genética a factores sociales y educativos.

Dada la organización cognitiva y neuronal que hemos comentado anteriormente, podemos comprender por qué sufrir una herida en la región prefrontal en los primeros años de vida tiene consecuencias devastadoras. La primera consecuencia es que las emociones y los sentimientos sociales innatos no se despliegan normalmente. En el mejor de los casos, esto hace que los jóvenes pacientes interactúen de manera anómala con los demás. Reaccionan de manera inadecuada en una serie de situaciones sociales y, a su vez, otros reaccionarán de forma inapropiada hacia ellos. Los jóvenes pacientes desarrollan un concepto sesgado del mundo social. En segundo lugar, no consiguen adquirir un repertorio de reacciones emocionales adaptadas a acciones previas específicas. Ello se debe a que el aprendizaje de una conexión entre una acción concreta y sus consecuencias emocionales depende de la integridad de la región prefrontal. La experiencia del dolor, que es parte del castigo, se desconecta de la acción que causó dicho castigo, y así no habrá recuerdo de su conjunción para el uso futuro; lo mismo sucede con los aspectos placenteros de la recompensa. En tercer lugar, existe una acumulación individual deficiente del conocimiento personal sobre el mundo social. La categorización de situaciones, de respuestas adecuadas e inadecuadas, y el establecimiento y conexión de convenciones y normas, quedan distorsionados".

Antonio Damasio: En busca de Spinoza

domingo, 30 de marzo de 2014

Era el cerebro, no la mente, I

Ingenue, de Amy Adler

"La primera paciente que estudiamos con esta condición tenía veinte años cuando la conocimos. Su familia era pudiente y estable, y sus padres no tenían ningún historial de enfermedades neurológicas o psiquiátricas. Recibió una herida en la cabeza cuando a los quince meses de edad un automóvil la arrolló, pero a los pocos días se recuperó completamente. No se observaron anomalías de comportamiento hasta los tres años de edad, cuando sus padres advirtieron que era insensible al castigo verbal y físico. Ello difería notablemente de la conducta de sus hermanos, que acabaron convirtiéndose en adolescentes y jóvenes adultos normales. A los catorce años, su comportamiento era tan destructor que sus padres la llevaron a una residencia para su tratamiento, la primera de muchas. Era académicamente capaz, pero de forma rutinaria era incapaz de terminar sus tareas. Su adolescencia estuvo marcada por el fracaso a la hora de obedecer normas de cualquier tipo y por enfrentamientos frecuentes con sus iguales y con adultos. Ofendía verbal y físicamente a los demás. Mentía compulsivamente. Fue arrestada varias veces por hurtar en tiendas y por robar a otros niños y a su propia familia. Su comportamiento sexual fue precoz y arriesgado, y quedó embarazada a los dieciocho años. Después de nacer el niño, su comportamiento materno estuvo marcado por su insensibilidad hacia las necesidades del bebé. Era incapaz de conservar ningún trabajo debido a su carácter poco cumplidor y a que incumplía las normas. Nunca expresó culpabilidad o remordimiento por su comportamiento inadecuado ni simpatía alguna por los demás. Siempre achacaba la causa de sus dificultades a otros. La gestión del comportamiento y la medicación psicotrópica no fueron de ayuda. Después de ponerse repetidamente en peligro físico y financiero, se hizo dependiente de sus padres y de organismos sociales tanto para el apoyo económico como para la vigilancia de sus asuntos personales. No tenía planes de futuro ni deseo alguno de encontrar trabajo. A esta joven no se le había diagnosticado nunca una lesión cerebral. Su historial de herida infantil se había prácticamente olvidado. Finalmente, sus padres pensaron que podía existir una relación y vinieron a nosotros".

Antonio Damasio: En busca de Spinoza

martes, 25 de marzo de 2014

Emprendedores

Young boy, de George Luks


Querido X:

J ha empezado a trabajar en una empresa que da trabajo a enfermos mentales. Se trata de uno de esos talleres que monta aquí la gente. Sí, sé que suena como si fuera algo que uno hace cada dos por tres, pero es que en esto tengo una opinión muy positiva del carácter emprendedor de los vascos. Verás cómo te va a sonar. Hay una familia con un hijo enfermo mental para el que no encuentra acomodo, tropieza con otra familia en la misma situación y se proponen crear ellos un taller que dé trabajo a sus hijos. Las familias no abandonan sus respectivos trabajos y dedican a este proyecto su tiempo libre. Poco a poco van poniendo la cosa en marcha, recaban ayuda de las instituciones y ven con alegría que pueden dar trabajo a más gente.

Ahora, transcurridos unos años, dan trabajo a 34 personas, todas enfermos mentales con diversas patologías pero con un objetivo común: conseguir que estén ocupados, que tengan un sueldo, que se relacionen y salgan de casa. 

Esta empresa hace diversas y variopintas cosas: destruye documentos confidenciales, fabrica urnas de las que se utilizan para depositar las cenizas, limpia panteones y tumbas en el cementerio, recicla baterías de coches y ahora están poniendo en marcha un invernadero en Hernani. Llegué a ellos gracias a la trabajadora social. Me reuní un par de veces con el "jefe" y le llamé otras tantas. Conseguí que se entrevistara con J y que al final se apiadara de mí. "Si tienes este trabajo es gracias a tu madre", le dijo a J, y yo creo que le faltó decir "gracias a la pesada de tu madre". 

J lleva una semana trabajando, esta que acabamos de empezar es la segunda y cruzo los dedos para que no fastidie el invento y conserve el trabajo. Su tarea de momento es limpiar, más adelante (si sigue) no sé qué hará. También en esto buscan adecuar el puesto de trabajo a la persona, es decir, si uno prefiere estar al aire libre, procuran darle un trabajo que sea al aire libre. Cada hora paran cinco minutos para que no se agobien. ¿A que es un chollo? Pues hoy me ha dado el yuyu de que J no iba muy bien, ojalá me equivoque, ha estado comiendo en casa y por lo que he conseguido sacarle, me ha parecido que uy, uy, uy, no sé yo si vamos a durar mucho.

Cruza los dedos por mí. Un beso.

domingo, 16 de marzo de 2014

"No soy una madre coraje"

Little Girl with Blond Hair in a Red Dress, de Egon Schiele

"Mi nombre es Koro y soy la madre de Hodei Egiluz, un joven de 23 años que fue a Amberes a primeros del mes de marzo del pasado año para trabajar como ingeniero informático; la vida le ha dado un terrible revés, sufrió un atraco el 19 de octubre y desde entonces nada se sabe de él. Han recuperado su cartera, su teléfono móvil pero ¿dónde está Hodei? No ha podido desaparecer sin que nadie haya visto algo, oído algo (...) No soy una madre coraje, en estos momentos soy una madre débil y destrozada por el dolor. Necesito vuestra ayuda para encontrar a mi hijo".*

Cuando he leído estas palabras he sentido una profunda compasión por esta madre y una íntima satisfacción al ver que ha sido capaz de expresar sus verdaderos sentimientos más allá del estereotipo que se supone que debe encarnar: "No soy una madre coraje", dice, consciente de que en alguna parte alguien espera que lo sea. "Necesito vuestra ayuda para encontrar a mi hijo".

En las páginas virtuales de este blog, he hablado con anterioridad de la tremenda presión social que se ejerce sobre las madres y que abarca, no solo el cliché extremo de la madre arrojándose bajo las ruedas de un camión para salvar la vida de su hijo, sino de lo mal que miramos a las madres que eligen una profesión exigente y, o bien no tienen hijos, o bien los dejan al cuidado de otras personas.

Vivamos y dejemos vivir, promovamos una sociedad en la que hombres y mujeres, madres y padres, puedan cuidar de sus hijos igualmente y por elección.


*El Diario Vasco, 16.03.2014

viernes, 7 de marzo de 2014

Parecía una película de miedo

Portrait of Gordon Fairchild, de John Singer Sargent

Ese año J estaba ingresado en un Centro Psiquiátrico desde Octubre. Se acercaban las Navidades y estábamos contentos porque tenía permiso para venir a casa el día de Nochebuena. Poco nos podíamos imaginar lo larga que iba a ser esa noche.

Un par de días antes había tenido un "episodio violento" en el Centro, violento como alguno que ha tenido en casa: pega patadas a los muebles, vuelca alguna silla, grita... Supongo que no es nada que no se pueda controlar en un centro hospitalario. La respuesta fue que le pusieron una inyección y le recluyeron un día aislado y atado. Reacción excesiva a mi modo de ver, pero contra la que no pude hacer nada. Cuando ya había salido del aislamiento, la inyección le produjo una reacción consistente en que los músculos del cuello se tensaban impidiéndole mirar hacia adelante, tampoco podía andar hacia adelante y se sentía morir. Nunca lo hubiera sabido si esto no se hubiera repetido el día de Nochebuena cuando venía hacia casa.

De repente, se encontró con que no podía andar, solo de costado, todos sus músculos estaban contraídos y se tenía que parar cada pocos metros. No sé ni cómo pudo llegar. Contó que se había tenido que acostar en el puente de la estación y que unas personas le ayudaron a levantarse. Cuando al fin llegó a casa y le vi, no sabía qué hacer. Llamé al Centro y me dijeron que le llevara a Urgencias: por Dios Santo, son las nueve de la noche, es Nochebuena, qué les digo en Urgencias, nos vamos a pasar la noche allí, cómo sabrán lo que le tienen que poner.... Accedieron a que le llevara al Psiquiátrico, donde ellos le volverían a inyectar el antídoto (¿le habían puesto un veneno anteriormente?). 

Mientras conducía pensaba que parecíamos una película de miedo. Nos veía desde fuera, J totalmente contraído, arrebujado en el asiento de atrás y yo subiendo al Centro Psiquiátrico en mitad del monte en una noche oscura y cerrada que era Nochebuena. Era tan triste que no me parecía real. Cuando hicimos el camino de vuelta, con mi hijo ya más normal, aunque todavía muy asustado, el chaval me decía "anda, ama, que ya nos toca pasar cosas, ¿eh?", pues sí, hijo, sí, ya nos está tocando pasar unas cuantas.

El chaval se quedó tan impresionado que no quiso salir de casa hasta que le volví a llevar al Centro y a mí se me quedó una sensación de impotencia que todavía hoy me amarga la garganta. ¿Hay que hacer así las cosas? ¿No hay una reacción intermedia? ¿No tienen medios los profesionales para actuar de otra forma con un chaval de 19 años que da patadas a los muebles?

miércoles, 26 de febrero de 2014

Soltando amarras

Mujer con un vestido amarillo, de Max Kurzweil

Querido X:

J sigue con su novia, es abandonado por su novia, la recupera, se ralla, ella suelta el cabo que los une, J vuelve la vista hacia otro lado y entonces ella retoma la cuerda, tira con fuerza, todo vuelve otra vez a su ser. J se desespera un poco, pero solo un poco, porque siempre está disponible para ella. Viene con grandes marcas de chupetones en el cuello y parece que le gusta que ella le marque, ¿tal vez porque significa que tiene dueño? Es transparente y es un enigma a la vez. 

He decidido soltar amarras, no consigo nada intentando controlarle, mantener su vida en un estándar aceptable, no hago más que luchar contra él. Voy a dejar de buscarle trabajo, de buscar formación, de ser yo la que acuda a la siquiatra por si él no va, de pedir disculpas a todo quisqui, de hacer bizcochos a diestro y siniestro para ablandar voluntades. 

Tal vez las cosas sigan igual, tal vez vayan peor (la verdad es que me parece demasiado ingenuo pensar que pueden ir a mejor), y si van peor es preferible tocar fondo cuanto antes. Perpetuar esta situación de "yo construyo, él destruye" no conduce a nada. 

No me resulta fácil, si estuviéramos hablando mi voz me habría traicionado, debería buscar un emoticono que se emocionara para transmitir el tono de voz a estas líneas, pero creo que debo hacerlo. Hay momentos en la vida en los que hay que modificar nuestro comportamiento y creo que este es uno de ellos. En fin...

Sigue con salud.

miércoles, 19 de febrero de 2014

En sus zapatos

The model, de John Singer Sargent

Hay un ejercicio estremecedor que conviene hacer de vez en cuando: tratar de mirar el mundo con los ojos de J. Contemplar la turbulencia de su futuro, la inseguridad del presente y el desquicie del pasado. Seguramente es una tarea vana porque no es fácil ponerse en el lugar del otro, ponerse en sus zapatos que dicen los ingleses, pero ese ejercicio ayuda a ser menos severos con él.

Es en parte lo que consiguen las películas, las novelas... que comprendamos comportamientos y sentimientos que nos son ajenos. A veces solo identificándonos con un personaje de ficción, con el protagonista de una película podemos comprender cómo se sienten un homosexual o una persona sin techo.

Trato de comprender que J se levanta y tiene que cumplir unas normas, como todos, pero para él no tienen un objetivo como lo tienen para los demás, uno va a trabajar porque espera cobrar a fin de mes y con ese dinero pagar la hipoteca, la comida, el cine, la gasolina y las vacaciones. Pero J, ¿a qué aspira? o lo que es más inquietante aún, ¿existen para él aspiraciones? ¿o son solo aspiraciones de los demás?

Hay una película española recientemente estrenada, "La herida", que nos ayuda un poco en esta tarea de comprender qué difícil es para algunas personas llevar a cabo lo que para otros es simple rutina. Acérquense al cine, no es una película fácil pero les hará mejores personas.

viernes, 14 de febrero de 2014

En verano los días alargan mucho

Meisje in witte kimono, de George Hendrik Breitner

La vida de J es un constante despropósito al que es imposible poner vallas, es como el campo. Ha estado un par de semanas viviendo en casa de una pareja que eran unos buenísimos amigos, tan buenos que cuando le echaron para hacer sitio a un marroquí que les abastece de droga, tiraron su  ropa y su cartera al contenedor de la basura para ahorrarle el trabajo de tener que ir a buscar nada.

Mientras, mi hijo continúa su romántica relación con O, tan romántica que no salen de casa, cómo van a salir si la chiquitina se pasa todo el día durmiendo. Cuando se despierta, sale de farra pero entonces le molesta J porque ella se va con sus amigas y sus amigos y J, ábrete que ahora no me haces falta. 

Se podría pensar que J no tiene carácter, pero nada más lejos de la realidad, a J se le caen las gafas y se cabrea tanto que las pisa, ¡qué coño se piensan las gafas! Se carga un cristal que vale 300 € pero sin problema, llamamos a la ama y asunto resuelto en un pis pas. Tan resuelto que va la madre y no solo encarga el cristal roto,  sino que además le hace unas gafas de repuesto porque sin ellas su querido hijo no ve ni la parada del bus en la que se tiene que bajar. 

Como esto sucedía en Agosto y  además era Semana Grande, las gafas tardaban una semana por lo menos, tiempo en el que J está ciego perdido. La que suscribe, mientras, encuentra unas "viejas" a las que les falta una patilla y corre a la óptica a que se las arreglen por favor, por favor. En la óptica alucinan viendo el grandísimo desastre de hijo que tengo, aunque siempre hay alguien que se apiada de mí y me ayuda, esta vez encontraron una patilla, se la encajaron, lo agradecí... y a J le duró dos días dos: según la versión oficial, alguien le dio un codazo, el cristal saltó y, como era en la playa y de noche, nos volvimos a quedar sin gafas.

La madre de esta historia se pasa la vida debatiéndose entre dejar al chiquitín asumir las consecuencias de sus desatinos o compadecerle y ayudarle. Tan pronto me cabreo como una mona y juro que se acabó, que conmigo no cuente más, como me muero de pena por él y me pongo a llorar como una magdalena. Y entre esas dos actitudes me aferró al resto de mi vida, a cualquier cosa para no permitir que ese hijo me devore. Y sorteo mi vida normal, con la atención a él, con las consultas con la siquiatra, con la petición de ayuda a la asistente social, con la búsqueda de recursos. A veces la vida me parece muy difícil, demasiado costosa. 

Fue un verano de días muy largos, seguidos de otros días aun más largos. Es lo que tiene el verano, que los días alargan mucho.

martes, 4 de febrero de 2014

Mater amantísima

Mother with Child, de Quincy Verdun

No sé a ustedes pero a mí me llama la atención que cuando una mujer famosa tiene un hijo, lo más importante que ha hecho en su vida ha sido tener ese hijo. Pero solo por ser madres no conocemos a, pongamos, Paula Echevarría o Elsa Pataky, las conocemos porque son actrices.

¿A qué viene esto? Pues a que en mi opinión hay mucha mitificación en torno a la maternidad. Si eres madre se espera de ti que seas madre a tiempo completo y si no, la culpa te roerá el corazón por los tiempos de los tiempos. Tu cuñada, tu hermana, tu suegra o tu madre se ocuparán de hacerte saber lo mala madre que eres.

Y si tienes un hijo con una enfermedad especialmente invalidante la sociedad espera que la madre le dedique su vida, se olvide de sí misma e incluso de sus otros hijos y de su pareja. Esa madre debe ser una madre-coraje, una mater-amantísima. Y, ojo, no digo que una no pueda serlo, solo digo que debería poder elegir.

Así las cosas, es tentador ponerse el traje de víctima y recibir la compasión y la admiración de los demás. Será un viaje por el lado oscuro de la luna con ese hijo que nos ha tocado en suerte, tendremos una vida con sentido, tendremos algo a lo que dedicar nuestro afán de cada día, pero creo que esa dedicación absoluta no es buena. No es buena para el hijo ni para la madre, ni por supuesto para otros hijos si los hubiera.

Como sociedad no deberíamos premiar esos comportamientos de sacrificio materno-filial porque se convierten en tóxicos para todo el entorno familiar y generalmente, ni siquiera consiguen "salvar" al hijo al que se entrega la vida.


viernes, 24 de enero de 2014

A dónde vas, manzanas traigo

Boy with suspenders, de George Luks

J ha tenido algunas oportunidades laborales desde los 18 años hasta los 23 que tiene en el momento en el que escribo estas líneas. Unas le han durado más que otras, pero ninguna ha estado libre de la amenaza de abandono súbito. Para J es muy difícil resistir el impulso de cada momento. Y en un trabajo si uno quiere conservar su puesto, hay que resistir constantemente los más variados impulsos: el de marcharse a la playa en verano, el de irse a casa cuando en el trabajo ya no queda más que hacer, el de coger la puerta las veces que el jefe se pone impertinente, el de mandar a la porra a ese compañero que es más vago que la chaqueta de un guardia... y así seguiríamos hasta llenar tres o cuatro páginas. A J le basta con sentir que está cansado de estar en el mismo sitio para decidir que se marcha. Si las cosas se ponen feas, es decir, el encargado le llama la atención por algo o alguien se mete con él, utiliza su estrategia preferida: huir hacia delante.

El centro laboral de que se trate, normalmente uno que está adecuado a personas con necesidades especiales, tampoco está para consentir cualquier comportamiento, aunque de esto habría mucho que hablar, porque si son personas con trastornos mentales o necesidades especiales, ¿cómo esperar que cumplan un horario y unas funciones laborales normalizadas?

Las consecuencias de estos portazos de J solían ser algunos días de castigo en casa, lo que era un castigo para su madre y no para él porque, ¿qué más quería él que no ir al Centro? Regresar después no era fácil porque se sentía culpable en su interior y rechazado en el exterior.

Mientras su madre trataba de hacerle ver la importancia de tener un trabajo, la normalización que suponía, la posibilidad de conseguir cosas que él quería como un ordenador, un móvil nuevo, etc. pero para J es muy difícil pensar en el futuro, el futuro son los 15 minutos siguientes. Yo hablo de un curso de inserción laboral que dura un año y él piensa que quiere ver la tele, yo le digo que vale, que ahora el trabajo es aburrido pero que después será mejor y él me pregunta si se puede ir a ver la tele.

Y así terminan nuestras conversaciones, a dónde vas, manzanas traigo.

viernes, 17 de enero de 2014

Alguien voló sobre el nido del cuco II

Casa junto a la vía del tren, de Edward Hopper

Me atrevería a decir que las navidades son un tiempo difícil para todos, porque ¿hay alguien que se sienta todo lo feliz que hay que sentirse en esos días? ¿Alguien a quien no le falte nadie a la mesa? ¿Si? ¿Quizás un 1% de la población?

Las navidades que recuerdo ahora fueron especialmente tristes. El 29 de diciembre de ese año llevamos a J a un centro siquiátrico. Tenía solo 18 años. Su sicólogo nos había recomendado un tiempo de descanso porque estaba especialmente alterado, hasta a J le pareció buena idea quitarse de la circulación y descansar un poco.

El centro era una especie de casona-caserío rodeado de verde y situado en la mitad de un monte, un sitio precioso y tranquilo en el que era el paisaje interior el que te ponía los pelos de punta. Cuando cruzamos el vestíbulo varias personas deambulaban con la mirada perdida, un hombre insultaba a voz en grito a las auxiliares y una mujer dormitaba con la cabeza apoyada en un radiador. Sin duda el panorama era peor que mis recuerdos de "Alguien voló sobre el nido del cuco".

Allí dejamos a J, 18 años, y allí se quedó mi interior con él. Me sentí vacía, perdida, ausente, de repente no quería estar con nadie, no quería hablar de ello ni que me consolaran, solo quería estar sola por ver si mi interior se iba cargando, por ver si podía recomponer los fragmentos de mi alma.

Cuando tienes un hijo que requiere tanto cuidado, cuando te preocupas tanto por él no es fácil de repente asumir que le cuidan otros, que tú no vas a saber lo que le pasa. Las normas del centro eran estrictas: en una semana no podíamos ni verle ni llamarle, pero ¿cómo podía yo estar una semana sin saber de él, encerrado en aquel sitio? Llamé al día siguiente deshaciéndome en disculpas y pregunté si me podían decir qué tal estaba, me dijeron que estaba bien y que había dormido bien. Era el día 30 de diciembre, no sé si le dí pena al siquiatra pero me dijo que para Nochevieja era muy pronto, pero que para Reyes seguramente le daría permiso para salir. Obvia decir lo contenta que me puse.

J era el más joven de todos los pacientes del centro pero enseguida congenio con una chica de 22 años con la que se ennovió y que terminó siendo su ilusión de cada día mientras estuvo ingresado.

El instinto de supervivencia de mi hijo siempre ha estado muy desarrollado, probablemente más que el de su madre.


miércoles, 8 de enero de 2014

Aferrarse a un clavo ardiendo

Portrait of the Artist's Daughter, de William Merritt Chase

Querido X:

Hemos empezado con un nuevo sicólogo. J no hacía muy buenas migas con la siquiatra que le atendía hasta ahora y además en cualquier momento tendrían que pasarle a adultos porque cumple 18 años en marzo. En Asistencia Social nos recomendaron iniciar un proceso de reconocimiento de minusvalía por parte de la Administración, sería bueno con vistas a encontrar un trabajo el día de mañana, un piso compartido o cualquier otra necesidad que surja. Ya ves que las cosas se van poniendo más y más serias. Deja de ser un niño y su pretendida hiperactividad no solo no se cura con la edad, sino que se convierte en algo más importante. Mentiría si te dijera que no lo venía sospechando, o incluso sabiendo desde hace tiempo, pero una cosa es que exista esa sospecha dentro de ti y otra que estés en lo cierto. Ese miedo convivía con la posibilidad de que estuviera equivocada y a esto me aferraba como a un clavo ardiendo. Ahora, distintos profesionales reconocen que en J hay daños estructurales, un trastorno psicológico del desarrollo, un trastorno límite de personalidad... nombres todos francamente inquietantes que conforman una realidad a la que ya no se le puede dar la espalda.

El sicólogo nuevo nos hizo unas preguntas muy acertadas acerca de J y vino a decirnos que sus características encajaban a la perfección con los trastornos que sufren niños maltratados o abandonados de pequeños. Son personas muy primarias porque desarrollaron sobre todo la parte de su cerebro destinada a la supervivencia, no consiguieron crear un vínculo con ninguna persona porque o bien esta persona no existía, como es el caso de J, o bien los cuidadores cambiaban constantemente. Nos dijo que no albergáramos muchas esperanzas porque J es muy mayor ya, pero que de cualquier forma la terapia le vendría bien.

Es bueno acertar con el diagnóstico, pero no es bueno que a una le dejen sin ese clavo ardiendo al que se aferraba.

Sigue con salud.