jueves, 10 de abril de 2014

Ahora me ves, ahora no me ves

The Black Brook, de John Singer Sargent


Querido X:

No sé qué haría si no pudiera contarte estas historias. Las pongo en palabras y a veces, sí, solo a veces, me las quito de encima, se quedan en esta pantalla como un reflejo que no es mi vida, el relato de unas historias que le pasan a alguien que no soy yo, y más tarde, cuando las releo, me parece que ni siquiera son para tanto.

El caso es que ahora las cosas con J están mal, francamente mal. Está chulo, desabrido y borde. La semana pasada se marchó una noche con una chavala de 16 años. A las 7 de la mañana apareció el padre de esta chica en casa. Imagínate la escena, yo medio dormida, arrebujada en mi bata, escuchando a este pobre hombre que me decía que su hija estaba con mi hijo, que estaba enferma (tiene un tumor benigno en la cabeza), que tenía que tomar una medicación y que dónde podían estar. J había faltado de casa en otras ocasiones y yo no estaba demasiado preocupada, pero este hombre y su mujer estaban muy alarmados. Me pongo en su piel imaginando que J fuera una chica. Ellos fueron a la Ertzaintza y denunciaron la desaparición de los dos.

Los angelitos pasaron esa noche y el día y la noche siguientes desaparecidos. Se quedaron a dormir en casa de "amigos" y los días los pasaron dando tumbos por ahí. Los encontraron el novio de la chica (tenía novio, sí) y otro amigo. Tanto la chica como J se habían teñido el pelo y las cejas de color naranja para que no los reconocieran (si no fuera por el disgusto, tendría su gracia la historia), estaban cansados y querían casa. Al parecer, la instigadora fue la chica que se llevaba mal con su pobre madre y quiso echarle un pulso. ¡Y tendrías que ver a la chiquitina la cara de buena persona que tiene! J vino chulo, se metió en su cuarto y no pensaba ni darme una explicación hasta que irrumpí detrás de él y le dije a ver qué pensaba de la vida.

A trabajar ha estado faltando mucho, justo la víspera de su desaparición había estado yo pidiéndoles que no le despidiesen porque es requisito imprescindible que tenga una actividad diaria para que le den plaza en un piso tutelado. Me dijeron que vale, que por mí y por que consiguiera ese recurso intentarían aguantarle, pero que no lo ponía fácil. He impuesto unas condiciones draconianas de convivencia porque toda mi vida está supeditada a él y a sus horarios. ¿Que qué tal me va? Bueno, por lo menos controlo un poco más mi propio ritmo de vida. Y sí, algún día se ha quedado en la calle y se ha dado cuenta de que la cosa va en serio.

Sigue con salud.


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