viernes, 14 de febrero de 2014

En verano los días alargan mucho

Meisje in witte kimono, de George Hendrik Breitner

La vida de J es un constante despropósito al que es imposible poner vallas, es como el campo. Ha estado un par de semanas viviendo en casa de una pareja que eran unos buenísimos amigos, tan buenos que cuando le echaron para hacer sitio a un marroquí que les abastece de droga, tiraron su  ropa y su cartera al contenedor de la basura para ahorrarle el trabajo de tener que ir a buscar nada.

Mientras, mi hijo continúa su romántica relación con O, tan romántica que no salen de casa, cómo van a salir si la chiquitina se pasa todo el día durmiendo. Cuando se despierta, sale de farra pero entonces le molesta J porque ella se va con sus amigas y sus amigos y J, ábrete que ahora no me haces falta. 

Se podría pensar que J no tiene carácter, pero nada más lejos de la realidad, a J se le caen las gafas y se cabrea tanto que las pisa, ¡qué coño se piensan las gafas! Se carga un cristal que vale 300 € pero sin problema, llamamos a la ama y asunto resuelto en un pis pas. Tan resuelto que va la madre y no solo encarga el cristal roto,  sino que además le hace unas gafas de repuesto porque sin ellas su querido hijo no ve ni la parada del bus en la que se tiene que bajar. 

Como esto sucedía en Agosto y  además era Semana Grande, las gafas tardaban una semana por lo menos, tiempo en el que J está ciego perdido. La que suscribe, mientras, encuentra unas "viejas" a las que les falta una patilla y corre a la óptica a que se las arreglen por favor, por favor. En la óptica alucinan viendo el grandísimo desastre de hijo que tengo, aunque siempre hay alguien que se apiada de mí y me ayuda, esta vez encontraron una patilla, se la encajaron, lo agradecí... y a J le duró dos días dos: según la versión oficial, alguien le dio un codazo, el cristal saltó y, como era en la playa y de noche, nos volvimos a quedar sin gafas.

La madre de esta historia se pasa la vida debatiéndose entre dejar al chiquitín asumir las consecuencias de sus desatinos o compadecerle y ayudarle. Tan pronto me cabreo como una mona y juro que se acabó, que conmigo no cuente más, como me muero de pena por él y me pongo a llorar como una magdalena. Y entre esas dos actitudes me aferró al resto de mi vida, a cualquier cosa para no permitir que ese hijo me devore. Y sorteo mi vida normal, con la atención a él, con las consultas con la siquiatra, con la petición de ayuda a la asistente social, con la búsqueda de recursos. A veces la vida me parece muy difícil, demasiado costosa. 

Fue un verano de días muy largos, seguidos de otros días aun más largos. Es lo que tiene el verano, que los días alargan mucho.

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