viernes, 7 de marzo de 2014

Parecía una película de miedo

Portrait of Gordon Fairchild, de John Singer Sargent

Ese año J estaba ingresado en un Centro Psiquiátrico desde Octubre. Se acercaban las Navidades y estábamos contentos porque tenía permiso para venir a casa el día de Nochebuena. Poco nos podíamos imaginar lo larga que iba a ser esa noche.

Un par de días antes había tenido un "episodio violento" en el Centro, violento como alguno que ha tenido en casa: pega patadas a los muebles, vuelca alguna silla, grita... Supongo que no es nada que no se pueda controlar en un centro hospitalario. La respuesta fue que le pusieron una inyección y le recluyeron un día aislado y atado. Reacción excesiva a mi modo de ver, pero contra la que no pude hacer nada. Cuando ya había salido del aislamiento, la inyección le produjo una reacción consistente en que los músculos del cuello se tensaban impidiéndole mirar hacia adelante, tampoco podía andar hacia adelante y se sentía morir. Nunca lo hubiera sabido si esto no se hubiera repetido el día de Nochebuena cuando venía hacia casa.

De repente, se encontró con que no podía andar, solo de costado, todos sus músculos estaban contraídos y se tenía que parar cada pocos metros. No sé ni cómo pudo llegar. Contó que se había tenido que acostar en el puente de la estación y que unas personas le ayudaron a levantarse. Cuando al fin llegó a casa y le vi, no sabía qué hacer. Llamé al Centro y me dijeron que le llevara a Urgencias: por Dios Santo, son las nueve de la noche, es Nochebuena, qué les digo en Urgencias, nos vamos a pasar la noche allí, cómo sabrán lo que le tienen que poner.... Accedieron a que le llevara al Psiquiátrico, donde ellos le volverían a inyectar el antídoto (¿le habían puesto un veneno anteriormente?). 

Mientras conducía pensaba que parecíamos una película de miedo. Nos veía desde fuera, J totalmente contraído, arrebujado en el asiento de atrás y yo subiendo al Centro Psiquiátrico en mitad del monte en una noche oscura y cerrada que era Nochebuena. Era tan triste que no me parecía real. Cuando hicimos el camino de vuelta, con mi hijo ya más normal, aunque todavía muy asustado, el chaval me decía "anda, ama, que ya nos toca pasar cosas, ¿eh?", pues sí, hijo, sí, ya nos está tocando pasar unas cuantas.

El chaval se quedó tan impresionado que no quiso salir de casa hasta que le volví a llevar al Centro y a mí se me quedó una sensación de impotencia que todavía hoy me amarga la garganta. ¿Hay que hacer así las cosas? ¿No hay una reacción intermedia? ¿No tienen medios los profesionales para actuar de otra forma con un chaval de 19 años que da patadas a los muebles?

No hay comentarios:

Publicar un comentario