miércoles, 18 de septiembre de 2013

El lobo blanco

Niños en el mar, de Joaquín Sorolla

Leer para J ha sido siempre una tortura china. Cómo leer si no puede parar quieto, aunque no creo que esto sea el único problema y ni siquiera el principal, le cuesta mucho concentrarse, imaginarse una historia larga, seguir conceptos abstractos.

Frente a todos los discursos de integración con los que quieran adornarse, la escuela ha sido siempre un espacio para la media: no están para tener en cuenta ni a los que son demasiado listos, ni a los que tienen problemas para aprender, y J en sus tiempos escolares, tuvo que pasar por el aro de las exigencias generales como todo el mundo. Por eso cuando un día comentó, así como al socaire, que la mañana siguiente tenía una prueba de lectura se me pusieron los pelos de punta.

-¿Y te lo sabes? -pregunté concediéndole la posibilidad (de todo punto imposible) de que hubiera leído el libro.
-Buenoooooo.
-¿Qué es lo que tienes que saber?
-Pues un libro.
-Y te lo has leído -intervino su hermano.
-Sí, 10 páginas.
-¿10 páginas has leído? -preguntó su hermano con sorna.
-No, bueno, esto, me faltan 10 páginas.
-¡Ah! Y ¿de qué es?
-Pues... de un perro... creo.
-¿Lo tienes aquí? -dije yo.
-Sí.
-Bien, pues tráelo.

Salió disparado al cuarto y volvió con un libro que solo con verlo se podía saber que no era para su edad y desde luego no para J. Comencé a leerle el libro con la esperanza de que algo le sonara al día siguiente y empezó él a abrir sus ojazos mirándome fijamente. Se quedó callado, quieto, tranquilo... mientras yo iba desgranando las palabras y con ellas iba levantando el universo de una historia. La seducción de que nos cuenten una historia hizo mella en él y quedó prendido de mi voz sin permitir que ningún otro estímulo le despistara.

Al cabo de un rato, su hermano tomó el relevo y siguió leyendo él. J cambió la dirección de sus ojos, pero ese fue todo su movimiento. Se podía ver que estaba transportado, que la historia había alcanzado su corazón y quería saber qué pasaba en el libro, que es lo máximo a lo que puede aspirar un autor. Y más tarde tomó X el libro entre sus manos y siguió con la historia de Kavik, un perro lobo que sufre un accidente en la nieve y es rescatado de una muerte segura por un niño de 15 años.

Fue precioso ver a J tan entusiasmado con un libro. Se enterneció con la narración, se metió de cabeza en ella y sufrió con Kavik cuando este estaba herido y abandonado en la nieve, "pobrecito", decía, y al día siguiente fue a clase contando a todos la historia del perro lobo y de cómo un niño le salvó de la muerte.


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