lunes, 9 de septiembre de 2013

La piscina no siempre es cosa del verano

At the window, portrait of I.B. Kustodieva, de Boris Kustodiev

Cuando tu hijo es un niño sin miedo, tu miedo se hace inconmensurable y solo con el tiempo aprendes a vivir con él. Es cierto que J según ha ido creciendo ha ido apreciando más su vida y comprendiendo dónde estaban los peligros, pero cómo ha llegado hasta los 23 años que tiene ahora es un misterio.

Tendría 7 u 8 años cuando un día de invierno al volver del colegio dijo que se quería bañar en la piscina. Su razonamiento era que hacía sol y cuando hace sol uno se puede bañar, da lo mismo si es en agosto o en diciembre. El agua estaba muy fría y yo, que todavía no sabía que a J no se le puede desafiar, le dije, "bueno, si te parece que el agua está buena, báñate", convencida de que no pasaría del tobillo.

Con una expresión radiante de "ya-ha-llegado-el-verano", se puso el bañador y bajó a la piscina mientras yo, por si acaso, miraba desde la ventana. Bajó por la escalerita, metió un pie en el agua y volvió a subir corriendo. ¿Ves?, pensé yo, está helada. Se sentó en el borde de la piscina, metió un pie y después, despacio, el otro. Se levantó, se alejó unos pasos, cogió carrerilla y se tiró de un salto. Salí corriendo escaleras abajo, pensando que se quedaría tieso y tendría que tirarme a sacarle y tendríamos que ir corriendo a Urgencias. Bajé las escaleras de cuatro en cuatro llamando a gritos a su hermano para que me ayudara.

Cuando llegué había salido él solo y tiritaba como una hoja. Le abrigué con una toalla mientras murmuraba todo tipo de improperios. Ganas me daban de volverle a echar a la piscina. Entonces aprendí que a J no hay que desafiarle ni en broma, porque lo razonable no existe para él, solo existe lo que le gustaría hacer. Por suerte, nunca ha tenido ganas de volar.

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