domingo, 20 de octubre de 2013

Los pasos que damos

The Four Sons of Dr. Linde, de Edvard Munch

Una de las cosas que más me trastornan de J es el submundo social por el que se mueve y la forma tan desenvuelta en que lo hace. Cuando era pequeño tenía amigos porque él los buscaba con afán y además estaba dispuesto a pagar el precio que hiciera falta. Podía regalar cualquier juguete, cualquier juego de ordenador o consola, todo se lo daba a un compañero de clase con tal de que fuera su amigo.

De mayor busca amigos con el mismo afán pero el abanico de posibilidades es mucho más pequeño. Sus amigos no son chavales universitarios, ni jóvenes que trabajan, ni siquiera chicos sin empleo que quieren trabajar. Sus amigos son esas personas de las que decimos que son distintas porque son aquellas con las que él se siente igual y también porque son las únicas que le aceptan.

En esta ciudad con una clase social media tan semejante y tan amplia, los amigos de mi hijo o son inmigrantes o pertenecen a familias desestructuradas o son como J. Son como J aunque él tenga lo que podemos entender por una familia "normal" (aunque no sé yo a estas alturas de la película si se nos puede considerar así).

Porque cómo podría yo pensar que al amigo de un hijo mío le iba a tener que decir en mi casa que se sacara del bolsillo lo que se acababa de guardar. O cómo imaginar siquiera que un amigo suyo me pudiera dar miedo. J ha traído a casa personas variopintas y diversas que eran bien recibidas porque eran sus amigos. Intenté relacionarme con ellos hasta que comprendí que raramente les veía más de un par de veces. Que no servía de nada que les acogiera, les tratara con amabilidad o les diera de comer, cenar o merendar porque eso no hacía que fueran mejores amigos para mi hijo.

Cuando comprendí la inutilidad de mi esfuerzo, le dije a J que no trajera a nadie más a casa.

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