martes, 29 de octubre de 2013

La mirada más triste del mundo

Autorretrato, de Egon Schiele

Conocí a J a través de una foto. Miraba a la cámara con la mirada más triste que yo hubiera visto nunca en un niño. Eso debería haberme hecho pensar, pero yo no pensaba, solo sentía. Y sentí que podría rescatar a ese niño, que le ofrecería una vida normal llena de besos y acompañada de abuelos, un hermano, primos y demás parientes. Iría a la escuela, tendría su cuarto, estabilidad y muchos besos y abrazos. Probablemente dormiría mal al principio, era de esperar que tuviera pesadillas, pobrecito, pero no pasaba nada, ya había criado a otro hijo.

Nada salió como yo esperaba. J dormía como un tronco, nos lo encontrábamos atravesado en la cama, hecho un aspa como si se hubiera caído de un séptimo piso, pero no le gustaban ni los besos ni los abrazos. Siempre quería algo que no tenía. Nada servía para hacerle feliz, la amargura de su alma era tan grande que a veces me parecía querer llenar su océano con un cubo de agua. 

J cantaba constantemente, canturreaba, hablaba solo... como si quisiera acallar sus pensamientos,  le gustaba también tener alguien que le mirara, parecía temer disolverse en el aire si no tenía a alguien cerca. La infinita paciencia de mi padre era su mejor alimento: "Aitona, yo juego y tú me miras", y mi padre se sentaba y le miraba. 

Empecé a pensar que algo no iba bien en él, aunque por suerte nunca se me ocurrió anticipar un futuro tan difícil como el que me esperaba.


No hay comentarios:

Publicar un comentario